18 feb 2010

Sombras en la habitación

*Scratch scratch*

Silencio.

*Scratch scratch*

Un quejido somnoliento.

*Scratch scratch*

Un suave susurro de sábanas que se rozan.

*¡Ñiiiec!*

Con niebla en los ojos, miró hacia la pared. Una parte de ella, un pequeño rectángulo poco más grande que él, se había caído. Hacia afuera. En su lugar, nada. Simplemente, obscuridad.

¿Que hacía ahí ese agujero? ¿Qué había sido del trozo de pared que estaba en su lugar? Lo que es más, ¿cómo era posible que no viera la calle si no había pared?

Bajó de la cama. Sus pequeños pies descalzos notaron una corriente de aire frío que soplaba en dirección opuesta al agujero. Se acercó despacio, inseguro. La curiosidad le empujaba más de lo que el miedo le frenaba.

Una vez frente al agujero se dio cuenta de que era ligeramente menor que él, y no mayor, como había pensado al principio. Tenía la sensación de que se había empequeñecido desde que lo viera por primera vez. Respecto a su interior, no veía más que cuando estaba en la cama. Emanaba una cierta sensación de frío... No, no era frío, al menos no era sólo frío, era algo más... era soledad, era una mohosa humedad que recordaba al abandono, era... no encontraba nada con que describirlo...

Acercó la mano, extendió el dedo y... no pasó nada. Era como tocar una sombra, su dedo la traspasó. Había hueco detrás. Metió la mano entera, y la sacó. Nada, aparte de una ligera sensación de frescor.

Dudó por un momento. Después, metió el pie y tanteó al otro lado. Definitivamente, había suelo. Se sentó y metió los dos pies. Avanzó un poco. Seguía habiendo suelo. Siguió avanzando. Ya sólo tenía los brazos y la cabeza fuera de la sombra. Cogió aire, cerró los ojos y metió la cabeza.

Abrió los ojos. Se encontró en un espacio abierto, rodeado de una espesa bruma. Ante él había una enorme escalera que descendía hasta un punto que no podía ver. Todo estaba iluminado por un suave tono grisáceo. No podía ver límites por ninguna parte, ni paredes ni suelo ni techo, únicamente la sombra por la que había entrado a su espalda y los escalones al frente.

Comenzó a descender. Y bajó, y bajó y bajó. Bajó escalones hasta perder el sentido del tiempo. Hacía muchos pasos ya que la sombra había dejado de verse. Entonces, por fin, vio que la escalera terminaba. Una explanada con una vieja caseta era todo lo que había a la vista. Daba la impresión de haber sido abandonada hace tiempo, dejada a su suerte en medio de ninguna parte. Se acercó al mostrador y, poniéndose un poco de puntillas, echó un vistazo al interior.

Un par de destellos, que podían ser tomados como los ojos de la borrosa silueta que los enmarcaba, lo observaban fijamente desde dentro. Quiso mantener la mirada, pero sentía cierto vértigo, no conseguía fijar la vista en ningún detalle concreto, de alguna forma sus rasgos se le escapaban, daban la impresión de no estar definidos. Después de un rato examinándole, la silueta pareció tomar una decisión. Salió de la caseta y se le quedó mirando, como invitándole a que le siguiera.

Su improvisado guía le llevó ante un cruce de caminos. Se le quedó mirando por última vez y finalmente empezó a recorrer un camino. Había bastante niebla y no podía verse bien, pero de vez en cuando tenía la sensación de que se cruzaban con otras personas en el camino. Aunque nunca alcanzaba a verlas bien, a veces intuía grises siluetas en la vereda del camino, otras oía voces apagadas procedentes de algún punto cercano. Tuvo la extraña sensación de que el camino tenía entidad propia y cambiaba por razones desconocidas. De vez en cuando pequeños senderos se desviaban del curso principal para perderse entre juguetones retazos de niebla. Su guía nunca se detenía ni echaba la vista atrás. Apenas alcanzaba a verle, por lo que si disminuía el paso podía perderle de vista.

Finalmente, su guía se detuvo. Inmóvil, miraba fijamente el primer peldaño de lo que parecía ser una nueva escalera, ascendente, exacta a aquella por la que había llegado allí, aunque de menor tamaño. Se sentía cansado y mayor para empezar a subir de nuevo, pero no parecía tener más opciones. Se acercó al primer escalón. Por supuesto, los límites de ésta escalera también se perdían en la distancia. Se dio la vuelta para ver si su guía seguía allí pero, tal y como suponía, éste ya se había ido, quizás para guiar a aquellos que lo necesitaran por el camino adecuado. Comenzó a subir.

De nuevo, una eternidad subiendo, de nuevo, perdido en una bruma atemporal. Entonces, bruscamente, la niebla terminó. Mientras los últimos jirones de niebla lo soltaban, observó un infinito cielo negro que se juntaba en el horizonte con el mar blanco que había dejado a sus pies. El único detalle que rompía esta sobrecogedora composición era su solitaria escalera, rumbo a lo que, podía ya ver, era un rectángulo luminoso. Siguió subiendo. Poco a poco, alcanzó a distinguir algo dentro del rectángulo. Parecía... parecía un rostro... sí, definitivamente era un rostro... Siguió avanzando, hasta quedar frente a frente.

Le miró a los ojos.

Con un último suspiro de felicidad, escapó.

1 comentario:

Kineas dijo...

En cierto sentido me recuerda a los relatos oníricos de Randolph Carter como, por ejemplo, La llave de plata.

Interesante el relato, aunque me haya quedado a cuadros con el final.

:P